jueves, 30 de julio de 2015

La filosa bombilla

Hace aproximadamente una hora (en su momento 5:40 am) se empieza a deshebrar un hermoso sueño con ánimos de maravilla y reconstrucción, por el movimiento de la recámara donde dormía y planeaba mis escenarios exquisitos, (la recámara no era la mía, por supuesto, no gozo de la intimidad convencional, era la recámara de mi abuela). No era la vibración terrícola que a todos nos asusta vivir, no. Era la premura de mi abuela y mi recién encaramada madre por llegar a una cita en el hospital. Conmovedora circunstancia, ¿eh? A no ser de la re-puta bombilla que me escamaba los ojos como un violento marinero a un desafortunado salmón. Y en ningún momento podía evadirla, el suelo es blanco como el semen de una gaviota albina. En cuanto trataba de cubrir el dorso de mi cabeza con la almohada y escabullir mi rostro en alguna ranura que terminaba en piso, allí veía todo el esplendor maldito como diciéndome: "¿Huías de mí, insecto?". Nunca me atreví a abrir mis ojos por completo, mi pupila se hubiera extinguido. Sólo me hacía falta esperar a que se fueran para pegarle un puñetazo al interruptor y castrar el cruel haz del foco. Estuvieron deambulando por varios minutos sin sentido, parecía que aún dormían sobre sus calcetas, no las culpo, dormimos cinco hora probablemente., yo dormí menos ya que el catre donde descanso es sumamente extraño y mi cuerpo, naturalmente, no se fía en dónde se está posando, ni siquiera tengo almohada que cumpla con las condiciones de una, es más parecida a otro pedazo de sábana escuálida. Mis técnicas de evasión eran perfectamente suicidas: cuando estaba convencido de vencer la luz, me cubría con todo mi arsenal y asomaba mi nariz y boca al aire, entonces me ahogaba porque no había el suficiente espacio nariz-ojos para no recibir el rayo aniquilador, duraba quince segundos y cedía a mi miedo de morir en el catre. Hubo un momento en que tuve que decirle a mi madre que apagara la luz, no quería hacerlo, pero lo hice... Me dijo que lo haría en un momento, lo dijo entre arrebatos y cortos pasos de bajo tacón. Ella fue al auto y esperaba allí a mi abuela, o al menos eso pregonó. Sólo quedaba mi abuela, entonces. Mantuvo su afeite y vestir por cinco minutos, ya ansiaba el buen gusto de mi descanso. La oí pararse cerca de mí y dar pasitos de un lado a otro, sin saber si algo más hacía falta por cumplir, se dio cuenta que no y apagó la luz y cerró la puerta. Era ya entonces mi momento de triunfo. Mi victoria sobre la bombilla, sobre la filosa bombilla, maldita sea. Relajé hasta el último vello de mi cuerpo y empecé a descansar. A los diez minutos me desperté... Ya había amanecido.
Puta mierda.