miércoles, 19 de agosto de 2015

La eternidad

El hecho de la evolución zoológica está bajo una condición muy ambiciosa, ésta es la gran durabilidad del factor especie; mientras conserve sus particularidades que lo destacan como "vivo". Pero, simplificando la forma en que se vería la operación, su propósito es la eternidad de la forma. El organismo que exprese vida permanecerá con tendencia exacta (o alternativa pero que demuestre efectividad en su empeño de seguir vivo con misma o mejor calidad) simplemente por propósito y esencia. De ninguna forma se ha demostrado lo contrario. Es reconocible la incoherencia ante las muertes auto-atendidas cuando las dichas tendencias (y por ende el organismo igualmente) están bajo una calidad impecable. Si el más aparentemente mínimo error existe que pueda poner en riego las conductas vitales, no se podrá considerar al ente, "óptimo".
Con la idea preliminar expuesta lo demás fluirá...
El humano tiene como cometido su eternidad. La que le corresponde como ser vivo. Pero no estamos en condiciones para lograrla. Si aguardamos con la calma de la Tierra, la misma que ha tratado a todas las especies, nunca lo lograremos. Enhorabuena, tenemos el componente innato indicado. La premura del cambio es el lema humano, la prontitud del reemplazo y avance. La inteligencia es la más nerviosa de todas las facultades e imprime el apuro por su propio cambio. Con ésta noción tan desarrollada y autosustentable, la eternidad cada vez es más notoria. Aunque ambas ideas, cambio y eternidad, sean incompatibles, en realidad es una construcción interminable (que como sustantivo conjuga preciosamente con las anteriores), ya que como mera repulsión encerrada, no llegarán a tocarse. La brillantez del humano lo hará acelerar su destino, volviéndolo un sistema que se nutre a sí mismo con la impaciencia de la necesidad. Aunque se estima que sí habrá un fin para lo que envuelve todo, la eternidad y el cambio yacerán en los flancos últimos de lo que es el cosmos... ¿otro cambio y otra eternidad? 
Sea como sea, estamos hechos para durar. Y realmente el cambio se está dando con una velocidad nimiamente más grande, gracias a la contribución humana. En cuanto el humano esté más apartado de su reducido tiempo de vida individual y comience con las cantidades centenarias, empezará un cambio ciclópeo, con un enfoque más estricto y profundamente más capaz de alcanzar resultados fuertísimos. Habrá tiempo de discutir la mortalidad con la familiaridad que merece, pero marcando distancia entre ella, haciéndolo un asunto voluntario, con menos rechazo. La eternidad se presentaría afable ante la biología, pero meditabunda y absorta en los terrenos de la conciencia. Es impensable realmente concebirlo: los diversos, largos e inabarcables vectores de la humanidad cohesionando al frente del paso de un sólo individuo. Quizá las primeras generaciones de pseudo-eternos llegarán a desapoderarse de su venidera vetustez descomunal. Pero por su misma condición, avanzarán sobrellevándolo casi inmediatamente.
Es la primer tarea de gran importancia, las tareas precedentes son sólo formas que se han ignorado resolver en su debido período histórico. Cierto es que para montar ésta idea tan formidable, las labores contrastantes (racismo, patriotismo, el adeudo por género, la pobreza, etcétera) deben ser solventadas, pues no podría ser posible en lo absoluto que una humanidad llegase a sobrevivir de ésta forma (podría ni ser posible descubrir tal virtud sin el finiquito de dichos peldaños cancerígenos).
Si la humanidad sigue avanzando, disidente de los problemas actuales y nacidos hace siglos, nunca seremos eternos, o si llegamos a serlo, no duraremos mucho como humanidad.