jueves, 29 de octubre de 2015

Como la piel de un durazno

Un fascinante y quebradizo esplendor llama a los párpados quietos, olvidadizos de todo aquello que tapan. Los ojos desnudos, estremecidos, vibrantes a la albura que proviene de una ventana sombreada por largas persianas oscilantes. Abierta ésta, inflama el cuarto con reconfortantes brisas, sin calor mas que la luz tersa que, como brillante pareja, acompaña. Paredes como de cera blanca, que arrancan el vistazo para después evitarlo, hincando todo el rostro en sí. Bien como neblina o vapores delgados hacen las sábanas apenas tapando. Y el bisbiseo de hojas que reemplazan la eterna orquesta de las mareas.
Sin darte cuenta has sobrevivido a la eternidad de la mente. Has despertado. En el mejor lugar.
Testigo eres del complicado cuadro del que eres librado siempre y sometido hasta el último hálito de vida. Cuando lo apreciable se hace ficción viciosa lograda por sombras reales que, de alguna forma, ya has apreciado. Pero, juguetonas, desafían la cordura de las cosas, y sin resistencia, te sometes a su malabar y atrevimiento. Y así te colocan, en un sostén de descanso, despertando. Con pliegos livianos que tapan y son tapados por la luz más clara y esponjada, como el borde del algodón. Ensabanado por esa delicada compostura con hechura anaranjada pálido, y un rosado diluido. Todo toma fulgor y pareciera que de ellos mismos se nace su luz. Así, todo ésto, susurra a tus pupilas encogidas, ingenuas de la parquedad insólita. Fascinante y quebradizo, desnudo y terso. Como la piel de un durazno.