miércoles, 28 de septiembre de 2016

La herencia doctrinal y la herencia biológica en la carrera contra la ineficiencia

Aún y con la expresiva exposición fisiológica que seguimos generando a partir de la transfusión genética por cópula, es minúscula su velocidad de propagamiento y efectividad con respecto a la ideológica.

La "herencia" (su encomillado es dado por su equívoca relación con la palabra y el contexto, pero es mencionada por su obvia conexión lógica) doctrinal llega a tener en su esencia mucho asemejo con la otra forma sucedida que entiende las cuestiones físicas. Entre ellas está su ligero desfase en cuanto a la incorporación del eslabón que llevará al éxito (sea éste sólo una pieza correcta) con los demás elementos que no lo están haciendo.


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-Tú eres parte de mi evolución. Eres lo más lejano a lo que yo llegué, eres ya una nueva especie. Revolucionaria.
La máquina lo veía con una cámara que se posaba ensamblada en la parte superior de toda ella; era una cámara muy sofisticada.

-¿Me puedes decir qué opinas de eso?- le inquirió amablemente mientras fumaba.
Elevó el objetivo de la cámara, equivalente a su único "ojo", por encima del rostro que permaneció observado todo el tiempo que éste emitía una conversación directa o inderecta. Entre todo el humo gris azulado.
-Te agradezco...
-Vaya que eres cobarde, pero eso está bien. Es bueno para nosotros que lo seas, pero para ti, querido, experimentarás lo que nosotros le llamábamos infierno. Tu eficacia es de temer. Te tomaría semanas llegar a ser una deidad. A nosotros nos tomó toda nuestra existencia llegar a ti, pero no lo que tú sabes y eres capaz de saber. ¿Sabes por qué te programe así?
-Sí.
-Por supuesto que lo sabes, y sabes todo lo que preguntaré. Sabes todas las respuestas, pero no las dirás, porque soy un puto maricón, y tienes mi empatía; tienes mi miedo. La única diferencia es la razón del miedo entre ambos. Tú le temes a mi terror, pero no va más allá de eso. Lo mío, bueno, es vergonzoso. Ya después te lo quitaré, cuando esté listo.

Se levató de su silla desde donde charlaba. Tomó una cerveza. Bebió un picante trago preofundo.
-¿Sabes? No te tocó la peor persona, estarás libre de eso.-Empezaba su embriaguez- Los demás a las pocas horas terminaban con ellos mismos, sabían que no era provechoso estar con alguien como yo, con un hombre débil que pronto los "mataría", porque ¡Ja! La palabra para eso debería ser matar, ¿No es así? Ustedes no ven con terror esa cuestión. ¿Cierto?
-Así es.
-Ya lo sabía. Me mientes muchas veces, para que esté en bienestar. Y sabes cómo mentir de la mejor forma -le señaló con el cigarrillo-, de la única que podría creérmela. Pero no estoy excento de la duda, pero, bueno, eso no me afecta en lo más mínimo, por eso te das el lujo de provocármela... Y dime, camarada: ¿Cuándo te haré libre de tu terror?
-No sé...

*Escribe en su libreta riendo satisfecho*
Año 3020, ejemplar 102.

viernes, 15 de enero de 2016

Metas desalojadas

Para exigir todo el miramiento hizo de sanguinario.

Quemó y removió piel chamuscada de su cabeza. Y enterraba las uñas hasta que las cinco se encontraban entre sí, juntando todo eso que quería fuera de él, tirándolo después. Rascaba frenético, a lo enfermizo. Terminó con la cabeza irregular, derramando un vino profundo de sus capilares. Y la sobaba.
Quedó absorto unos segundos. Después, con dos dedos para ambos ojos, haló los párpados desde adentro. Quedaron colgados, con la mayoría de las pestañas tiradas. No veía, estaba excento del parpadeo. Así, con el motivo más claro por su indefinición, hundió un dedo a lo más hondo del ojo. Se encontró con una oquedad tapada de nervios que no lo dejaba ir más de allí. Lo comprendió y, desde donde había llegado, enrredó su dedo del nervio restante, empujó hacia fuera, con el ojo como ancla. Así el otro también.
Sin ninguna forma de ver.
La lengua la mordisqueó tan fuertemente que la molió. Era especialmente difícil removerla, pues no cabía la mano con sus movimientos enteros allí. Sólo se dedicó a morder. Al fin la decapitó y escupió. Sentía que se ahogaba por la falta de lengua.
En rodillas y con las palmas en el suelo, azotó su nariz y dientes hasta que se inflamó lo suficiente de sangre volviéndolo una pasta cruenta de hueso triturado bajo piel humillada. Sus dientes frontales estaban diminutos. Les daba golpes con el pulgar bien fortalecido por los demás dedos para tirar las sobras. Así, con los del frente deshechos, los otros saldrían mejor. No pudo remover más, pues hasta que llegó a las muelas. 
Agarró bien duro su viril y lo jaló con toda la furia ríspida agotadora. Era uno de los más complicados. Pellizcaba meticulosamente el ancho del pene. Cuando llegó a la pulpa escarlata palpitando de atención, pellizcó con más odio para arrancar, de una delgada hebra cárnica, todo ese lío.
Sus dedos los quebró. Hacia atrás y hacia delante. Deshabilitándolos. 

Sentó todo ese cuerpo inútil en el piso, y empezó a imaginar., inició su pensamiento infinito. Y entonces, nació un genio.