lunes, 24 de julio de 2017

El rumor del agotamiento

 El rumor de la resignación. Es cáustico, te roe como un insecto que descompone y devuelve aserrín muerto. Lo devora todo. Te viola los oídos y escuchas su coito pegajoso en tus sesos.
-¿Quién es?, ¿quién es?
Y lo ayudas, al puñetero, a devorarte. Pero ni lo sabes, no entiendes bien qué carajos está haciendo, porque tú eres más perverso a tu juicio que ese sarro inmundo que te despostilla. Y te cuestiona, y respondes, con aún más malicia que nunca, porque esa fealdad no se extingue, se hace más grande y no puedes hacerla del tamaño en que vino. Debes hacerte más, mucho más grande para defenderte de ese depredador. Por eso la peligrosidad del adulto.

Si no fueses de carne y agua, habría humo del estrés serrante. Tu ojo derecho sufre aguijonazos; al izquierdo no le importa. Aunque qué nervios.

-Dame tus dedos. Abrázame la mano con ellos. Léeme con tus labios mi hechura. Bésame.
Lo más realista de tu teatro entre sienes. Porque a pesar de lo hermoso, hay un cabrón que estuvo viendo la sala pornográfica, que es considerablemente más grande. Todo el capítulo fue en su mayoría felación, desviaciones y muchas mujeres. Sin ningún sentido salían todas esas que no pudiste, o aún mucho peor, no podrás ni acariciar sus muslos reconfortándolas, o haciendo algunas de esas pendejadas para saquear un beso. De lujuria oculta, el beso.
Pero, ¿cómo no perderte, perder la mente, en esas piernas lizas apretándose en sus pantalones? O las terriblemente finas curvas de sus nalgas empoderadas por esos desgraciados, afortunados pantalones. De todas ellas, las más preciosas mujeres que alarman.

Cuando te enamoras, y puedes ver el amor en tu escena imaginaria triunfadora (siempre excelsa), no la ves así, no solamente. Tu porno se vuelve erotismo fino. Difícilmente puedes ver una mujer con las intensiones rabiosas sexuales como lo hacías, ya hay remordimiento:
-¡Vuelve a ella! ¡Vela, vela, vela! Sí...ella. - Y sucede una imagen, que si no la pensaras con tanta seriedad, sería cómicamente fotográfica, que reemplaza lo otro efectivamente. Su gesto, como haya sido el recuerdo, es ingenuo. Más vale, que detrás estaba una joyita adolescente que solamente en ésta época hay.

¡Desasosiego es lo que falta, chingao! Y siempre mucha inteligencia, que no es vehemencia lo que buscas.

Si ya la tenías. Todo el instinto, lo que se llama instinto, te dijo al oído, casi sobándote con sus putas palabras, su lengua áspera, que ya eras libre.
He allí lo confuso, lo letal, lo esquizofrénico, que puede llegar a ser un rumor...