Qué exquisita elegancia brindas al hálito del cielo entre nosotros cuando tañes tu español perfecto. Y seduces, sin quererlo, mi oído enviciado. Así, estremeces mi pecho, agitando la sangre que ocupo para verte; en arte, muriendo a la vez que fecundas y haces vivir un genio fragmentado, mudo a la realidad. Me matas cien veces con uno de tus arpegios deliciosos para entonar tu pensamiento, y hay solo una vida para pretender satisfacer nuestra ambición creativa.
No es correcto referirse a ti como un instante: Eres la belleza del cosmos; del humano; del tiempo sigiloso que hizo el maridaje excelente. No eres un momento: Eres todo a la vez, sin memoria de tu conjunto. Si supieras que, ahora mismo, eres el perfume que da armonía al cromatismo de un jardín; O que fuiste la galaxia más majestuosa del universo; Y serás, aún, la excéntrica vida.
La belleza más completa.
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